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Cuidado con la deshidratación

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Todos hemos estado “deshidratados” en algún momento de nuestras vidas, bien sea por la práctica de actividad física intensa, por la exposición prolongada al calor o por una enfermedad que aumente la pérdida de líquidos como consecuencia de fiebre elevada, vómito o diarrea.

En todos los casos, la deshidratación implica un desbalance entre los líquidos que consumimos o perdemos de forma anormal y la reposición que hacemos de los mismos a partir de la toma de bebidas hidratantes o de la aplicación externa de líquidos, en los casos en que no sea posible garantizar la toma.

Es importante recordar en este punto que el agua representa entre la mitad y las dos terceras partes del peso de una persona adulta y que en estado de deshidratación nuestro cuerpo no está en capacidad de garantizar el funcionamiento adecuado de los diferentes órganos y sistemas.

La deshidratación se caracteriza por resequedad de la piel, disminución o ausencia de la producción de saliva, moco y lágrimas, sensación más o menos intensa de sed, dolor de cabeza, mareos, disminución de la frecuencia y el volumen de orina, sensación de somnolencia y debilidad, entre otros.

La dosis de líquidos que debemos consumir para evitar o controlar la deshidratación varía de acuerdo con el sexo, la edad y el estado de salud, sin embargo, lo ideal es mantener un aporte suficiente para garantizar el bienestar, lo que puede estar entre uno y dos litros al día, excepto en casos en que exista alguna restricción por una condición médica particular.

Finalmente, vale la pena comentar que, aunque la sed es uno de los mejores indicadores del estado de hidratación del organismo, en algunos casos como en niños muy pequeños, personas mayores, enfermos con condiciones graves o exposición prolongada a ambientes extremadamente calurosos, la deshidratación puede pasar inadvertida, llegando incluso a amenazar la vida antes que aparezca sensación de sed, por lo que debemos fomentar activamente la ingesta de líquidos en estos casos.

Fuentes

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